Aquella mujer lánguida de cabellos largos,que parecía una estatua de cera luminosa,cruzó la calle sin mirar.El auto de Alberto no aminoró la velocidad y aplastó el frágil cuerpo en un par de segundos.
Con su personalidad egocéntrica y narcisista,Alberto Herrera no se dignó siquiera en bajar.Se limitó a mirar por el espejo retrovisor y puso el vehículo en reversa,dejando el cuerpo destrozado y sin movimientos,sobre el pavimento que se teñía de escarlata.
Hizo una mueca de disgusto y se marchó a gran velocidad,en dirección a su casa en las afueras de la ciudad.
La propiedad era amplia,con un cuidado jardín y grandes ventanas cubiertas por cortinas rojas.Los muebles,de aspecto juvenil,contrastaban con el antiguo cimiento de la casa.
Se dirigió al patio trasero y buscó un recipiente para llenarlo con agua jabonosa y limpiar la sangre del auto,que no tuvo mayor daño.Su disgusto iba en aumento,al ver teñidas sus manos con la sangre de la muchacha y refunfuñó entre dientes que aquella estúpida mujer estaba bien muerta.
No había terminado de elucubrar,cuando un fuerte golpe lo lanzó lejos dejándolo casi inconsciente.Entre gemidos de dolor,vió como una figura espigada,nívea y tétrica se le acercaba para aprisionarlo por el cuello e izarlo como si fuera una mísera hoja de papel azotada por el viento.Tal era la fuerza con la cual aquella figura lo lanzaba una y otra vez sobre el auto,haciendo crujir sus huesos.
Alberto se debatía con fuerza tratando de liberarse de esa entidad sobrenatural,que hizo una pausa en su ataque bestial.
No bien hubo intentado ponerse de pie,cuando nuevamente,ella lo levantó,asiendolo por la espalda,doblandolo hasta casi lo inimaginable,mientras se oía tronar su columna vertebral,dejando a Alberto sin sentido,como quién arranca un diente de león para solplarlo al horizonte.
Una ráfaga de viento frío inundó el ambiente.
Las puertas se cerraron violentamente,mientras una mano invisible apretaba con fuerza su corazón,arrancándole la última gota de vida,no sin antes alcanzar a murmurar una frase ininteligible.
Cuando la policía llegó al sitio del accidente,constataron su muerte,bajo extrañas circunstancias.No había nada en el camino que hiciera presagiar una vuelta de campana tan espectacular,como la dada por el automovilista.
Alberto Herrera,yacía con las manos encrispadas al volante,los ojos desencajados y el corazón paralizado,ante una visión tan aterradora,que le dejó una horrible mueca en su desfigurado rostro.
A la acechanza de las pesadillas nocturnas,en las que el miedo absoluto se contrapone a lo racional.Junto al gemido lúgubre de las almas en pena y al canto agorero del Tué-Tué,presagio absoluto de que es hora de tu muerte.
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