El paso del Ariel,presuroso,firme,enérgico,me levantaba a las cuatro de la madrugada de pésimo humor.
Todos los días era el mismo maldito ritual.Arrastraba de manera monstruosa aquéllas pesadas botas llenas de mierda de vaca, por el piso de madera lustrado y brillante.
Cada día,a las cuatro de la madrugada.
Y ahí quedaba yo,despierta,rumiando mis sueños,que no podía retener gracias al maldito viejo decrépito ése.
Muchas veces,me quedaba sentada en la cama pensando en el maravilloso día en que el viejo se moriría.Las visitas que llegarían,los hombres que no vendrían ,la cantidad de beatas que rezarían...pero luego,al llegar el sol a iluminar mi ventana,ponía un pie en la alfombra y me dirigía a regañadientes al comedor,donde Ariel ya saboreaba su desayuno de huevos frito con queso y ajo,y una humeante taza de café con leche.Si a aquel jarrón se le podía llamar taza...
Yo le miraba a través de mis gafas redondas y él solo me movía su piojenta cabeza en son de saludo.
Cierto día,tenía yo mucho sueño y me quedé dormida de inmediato,cosa curiosa en mi.
Estaba en lo mejor de mi sueño,en lo mejor,cuando escuché el inequívoco pisar del viejo.El arrastre pesado de sus botas hediondas,que jamás se sacaba,sobre el piso reluciente de madera.No soporté más.Me levante sigilosa,me fui a la cocina y esperé que a que Muriel,la cocinera fuera por los huevos.
Tomé el atizador,pesado,antiguo,de fierro forjado y me dirigí al establo,donde Ariel ordeñaba a una de las vacas.
Sin esperar asesté un sonoro golpe sobre su cráneo y la sangre que emanó de el se confundió con la leche derramada.La vaca me miró y siguió en su lugar,acostumbrada a que le extrajeran la leche,tres veces al día.
Me volví feliz,tranquila y relajada a mi cuarto y dormí hasta las diez de la mañana.
Muriel me despertó de un grito,que el establo,que las vacas,que don Ariel."Don Ariel",por favor...
Cuando los detectives llegaron,miraron por todos lados y dieron como veredicto muerte accidental .Supusieron que la vaca ,en un mala maniobra ,lo había pateado causándole la muerte y cerraron el caso.Hablaron con todos,conmigo,pero,nadie iba a sospechar de una niña de trece años.
Se llevaron el cadáver,tapado con un lino blanco,baldearon el piso del establo,eliminado hasta la más pequeña gota de sangre y se olvidaron del asunto.
Y los imbéciles han sacrificado al pobre animal...Y yo he quemado las estúpidas botas.
Hubo un silencio en el confesionario.El sacerdote,anonadado,no emitió sonido alguno,solo se escuchaba su leve respiración,interrumpida por las palabras de la niña:
_ Ahora Padre,que ya lo sabe y que esto es secreto de confesión,¿cuál es mi penitencia?.
A la acechanza de las pesadillas nocturnas,en las que el miedo absoluto se contrapone a lo racional.Junto al gemido lúgubre de las almas en pena y al canto agorero del Tué-Tué,presagio absoluto de que es hora de tu muerte.
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