Salí corriendo y ví los nogales flanqueando el polvoriento camino de tierra.Tras de mí,aquella mujer vociferaba cual toro hacia el camal y el olor a miedo inundaba cada bocanada de aire que yo tomaba para seguir corriendo.
Los chiquillos me esperaban a la vuelta del cerro,agachados para que Doña Charo,que aún agitaba sus brazos a lo lejos,no nos viera.Me reí.Respiré hondo y levanté triunfal mi mano izquierda con el trofeo obtenido.
_Bien,Pitilla.Y éstos que decían que que no eras capaz de "niuna" cosa.Miren cuantos dulces y hay de chocolate._dijo la Mena.
_¡Ese es pa' mí!_grité arrebatándole el dulce robado.
Caminamos repartiendonos en partes iguales,en absoluto silencio.Saboreando despacio nuestro botín negándonos a que se nos terminara.
_Oye,Manolo;mañana te toca a tí.
_¿A mí?.No.Ni hueón me acerco dónde esa vieja.Mi mami dice que es bruja.
_Serás tonto.Como crees que va a serlo si reza el rosario.Yo la ví cuando murió el Tata del Pepe._dije yo con la boca llena.
_No si es verdad.El loco'e los perros la vió en la vuelta del silo a la misma hora en que velaban a mi Tata._dijo el Pepe con cara asustada y a punto de llorar.
Nos miramos y miramos nuestros dulces.Sentimos el peso de muchas miradas,pero ninguno de los cuatro dijo nada.
Caminamos en dirección al establo.Sabíamos que Doña Charo nos estaría acusando con nuestras madres.Pero,también sabíamos que El Queltehue nos ayudaría a salvar ilesos,mintiendo otra vez,al decir que él nos había regalado los dulces por ayudarle a pillar las gallinas.Mas que mal,no soportaba a Doña Charo,vaya a saber porqué;y cada vez que la veía repetía un "martes hoy,martes mañana,martes toda la semana" y se iba por otro lado.En fin,sus mentiras siempre nos proporcionaban una excelente coartada.
Antes de llegar al establo,me detuve y vociferé:
_¡Les apuesto que le saco más dulces a la vieja de mierda!.
_No puedes ser tan tonta.La vieja capaz que te eche mal de ojo.
_Yo voy y le saco no más.Les apuesto...les apuesto...¡el queso de mi mamá!._dije pavoneándome._Don Ruco le dió un queso grande por el trabajo de la semana pasada.Las ordeñas se llevarán uno cada semana o cada día,no entendí._expliqué,alegre,al acordarme del trato de los adultos.
_Yo acepto._dijo la Mena,que era la más agallada.
_Será,poh_dijo el Manolo un tanto indeciso.
_Yo no quiero_dijo el Pepe._pero le voy igual._y se puso a llorar.
Lo miramos y nos reímos.Él siempre lloraba por todo.
La idea era entrar a su casa mientras estaba en el establo acusándonos y sacarle todos los dulces que se pudiera.Con el corazón estrujado y la insenzatez de la niñez,nos dirijimos hacia la casa de Doña Charo y entré por una ventana,quedándose los otros de vigías.Si venía la vieja silbarían y yo podría salir antes que la mujer me viera.
Una vez dentro comprobé que la casa no era igual que las otras.Sus muebles eran muchos y aún así había espacio suficiente como para que seís o siete críos,si no más,corrieran dentro sin problemas.Lo retratos colgados en las murallas,eran miles de ojos clavados en mi nuca.Y aunque el miedo me invadió,seguí con paso firme hacia la cocina,que daba al patio y en la cual guardaba innumerables tarros decorados con distintos motivos,los dulces y chocolates que ansíabamos.
Iba a tomar los dulces cuando escuché con espanto la voz de Doña Charo.Le hablaba a alguien.¿A quién?.¿Porqué no me habían silbado los chiquillos?.
Miré hacia todos lados y solo atiné a esconderme bajo la mesa del comedor.Desde allí,podía ver sus pies y apenas se descuidara saldría por la puerta de la cocina en dirección al cerro.Pasaron largos minutos.Escuchaba su voz chillona y su risa aguda.Traté de entender que decía,pero el miedo era tal que mis oídos estaban tapados.Si me agarraban ahí,no había la menor posibilidad de que El Queltehue me ayudara.Respiré hondo y escuché a lo lejos los silbidos de mis amigos.
_¡Ahora silban los hueones!._refunfuñé furiosa,mientras aún escuchaba la voz de Doña Charo quejándose o riendose.Para mí,en aquel estado,me era dificil distinguir nada.
De pronto,se abrío la puerta de la cocina y aquellas pierna envueltas en gruesos calcetines, aparecieron justo frente a mis ojos.Sentí olor a comida rancia y me aterré al pensar que la vieja fuera a comer,con lo cual mi escapada se hacía casi imposible.
Pensé en mi mamá y el castigo que me esperaba.Oía los silbidos desesperados de los chiquillos y las palabras de aquella mujer.Un conjunto de voces que se arremoliban por todo el comedor y un olor rancio y asqueros que casi me hacía vomitar.En la que me había metido.
Por más que trataba de mirar no lograba ver a más gente.Pero sus voces llegaban casi al unísono a mis oídos.Comenzé a sentir frío y mi cuerpo comenzó a temblar.Ya estaba a punto de rendirme cuando una luz de esperanza llegó hasta a mí:la vieja se metió a uno de los cuartos y todo quedó en silencio.Esperé un rato y poco a poco,muy despacio comenzé a moverme.No había nadie.
Miré alrededor y vi la mesa dispuesta.Entre tanto plato raro que había sobre ella distinguí claramente cuatro,en los que estaban las cabezas de dos perros y dos gatos,aún sangrientos,con los ojos vidriosos y su lengua afuera;me volví y el espanto llegó a su clímax,cuando Doña Charo gimoteó que la "once" estaba servida,en medio de las risas nauseabundas de los que la acompañaban y que me incitaban a sentarme,ofreciéndome todo tipo de manjar extraño y pestilente.
Abrí la puerta de la cocina,vacié algunos tarros y metí los dulces que ví en mis bolsillos.Salí corriendo a todo galope,con los ojos desencajados y el alma en un hilo,mientras escuchaba las dantescas risotadas de Doña Charo y sus comensales.
_¡Aquí están!._dije sin aliento y les tiré los dulces a los chiquillos,que devoraban ávidos y con leves risillas de satisfacción.Yo,sin embargo,no tomé ni volví a tomar jamás ninguno.
Me volví hacia la casa y todo estaba cerrado.Les reclamé por que me avisaron tan tarde que Doña Charo había vuelto a la casa,pero me quedé helada con la respuesta:
_Todavía sigue en establo._dijeron extrañados.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando miré en dirección a éste:allí divisé la esbelta silueta enfundada en negro,saliendo del establo junto a nuestras madres con quienes nos había acusado del reiterado robo de sus preciados dulces,hechos con la cabezas y quién sabe qué más de nuestras mascotas perdidas.Un torbellino de pensamientos me impedía moverme.Solo escuchaba los vítores de mis camaradas que,con la boca llena,ni siquiera sospechaban el origen de los nauseabundos y tétricos manjares que devoraban con agilidad deprimente.
Mi madre me llamó y las otras hicieron lo mismo con sus hijos.Al contrario de lo que creímos no recibimos castigo alguno,gracias a Doña Charo,que pasó junto a nosotros,con una sonrisa diabólica en su rostro y una mirada sepulcral.Nos tocó uno a uno en la cabeza y por primera vez,el Pepe no fue el único que lloró.